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En estos paseos que nos estamos dando por el mundo hoy os propongo que nos vayamos a Japón, un país al que por lo general miramos con muy buenos ojos desde Occidente. De hecho es uno de los países que tienen mejor reputación en el mundo occidental. Y eso a pesar de que entre los países más ricos y llamados “avanzados” del mundo, Japón es sin duda uno de los más machistas.
Algunos datos son muy elocuentes. Por ejemplo, a día de hoy en el parlamento japonés apenas hay un 10% de mujeres, solo hay dos ministras entre la veintena de miembros del gobierno y únicamente un 1% de los alcaldes son mujeres. En el ámbito económico, la brecha salarial en Japón es la segunda más alta de toda la OCDE después de la de Corea del Sur, país del que también hemos hablado ya: en 2018 las japonesas cobraban casi un 25% menos que los japoneses. El techo de cristal es flipante: solo el 8% de las empresas japonesas están presididas por una mujer. En 2014 se hizo público por ejemplo que entre los 185 ejecutivos mejor pagados de las grandes compañías japonesas solo había una mujer, que además no era japonesa sino norteamericana.
Este tipo de cuestiones son las que hacen que en el último Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial, Japón aparezca en la posición 121 de 153 países analizados.
Aunque en las entrevistas de trabajo ya no se pueda preguntar a una mujer por sus planes de quedarse embarazada, en la práctica da igual, porque los empleadores asumen sistemáticamente que sí, que es el plan de cualquier mujer, esto sesga completamente el empleo y el desarrollo de las carreras laborales de muchas mujeres. Y es que cuando tienen hijos, efectivamente son ellas las que dejan el trabajo para cuidarlos: Japón tiene uno de los permisos de paternidad más generosos del mundo -52 semanas con 60% del sueldo aproximadamente-, pero los hombres que hacen uso de este permiso son una pequeñísima minoría, entre otras cosas, porque las empresas también castigan a los que se atreven a cogerlas.
Hasta hace solo unas décadas, Japón era la nación industrializada con una tasa más baja de divorcios. Los problemas de fondo que explicaban esa baja tasa de divorcios eran por ejemplo la dependencia económica de las mujeres, problema que continúa a día de hoy. Los divorcios han ido aumentando pero no la dependencia económica. La situación económica de las familias monomarentales japonesas es de las peores de la OCDE. Además, no existe la custodia compartida, por lo que suelen ser siempre las madres quienes acaban con la custodia completa de las criaturas, pasando muchas dificultades para mantenerlos. Por si fuera poco, tras el divorcio, se encuentran con dificultades para entrar de nuevo en el mundo laboral del que salieron para la crianza, los puestos a los que acceden están muy mal pagados.
Otra estadística muy clara es la del tiempo que dedican al día hombres y mujeres a trabajos no remunerados: cuidados, tareas de casa, compras y demás. Según la OCDE en España las mujeres dedicamos de media casi 5 horas diarias a esos trabajos y los hombres solo dos horas y media, más o menos. Bueno, pues en Japón las mujeres dedican de media tres horas y tres cuartos y los hombres, agárrate prima, 41 minutos exactamente. El país con más diferencia entre sexos de toda la OCDE.
La sociedad japonesa es muy conservadora y los cambios en las costumbres y en las mentalidades van muy lentos. Simplificando mucho podemos decir que hasta después de la Segunda Guerra Mundial las mujeres apenas tenían derechos. En la década de los 50, Japón entró en un proceso de modernización económica y política, pero las mujeres no podían ni votar. Se esperaba de ellas que se limitaran a llevar el hogar, criar a las criaturas y obedecer al hombre de la casa.
Si hablamos de la situación de las mujeres extranjeras, en Japón pero también en otras zonas de Asia, era mucho peor que la de las japonesas, porque Japón es una sociedad especialmente racista. Las japonesas también sufrieron explotación sexual del ejército japonés, junto a mujeres surcoreanas, tailandesas, filipinas, chinas, etc. Fueron las llamadas mujeres de consuelo de las que ya hemos hablado, esclavas sexuales de los militares japoneses desde los años treinta hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Un crimen del que ni siquiera hay estadísticas aseguradas, pero sí hay fuentes que sitúan la cifra en más de 400.000 mujeres.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial los EEUU impusieron a Japón una serie de reformas económicas y políticas profundas que conformaron el Japón actual. A las mujeres se les reconoció entonces la igualdad de derechos políticos por ejemplo, pero la sociedad patriarcal siguió muy arraigada a todos los niveles bloqueando cada avance en igualdad. A día de hoy, aunque ese modelo de la mujer como madre y esposa se ha ido deteriorando, todavía sigue muy vigente en sectores muy amplios de la sociedad. Y un ejemplo del sometimiento y la alienación de Japón es que muchas de las mujeres que están en política son son muy conservadoras y defienden visiones muy machistas del rol social de las mujeres.
Hasta hace no mucho, a las niñas y adolescentes también se las desincentivaba para cursar estudios universitarios, lo cual explica que en este nivel educativo los japoneses siempre hayan sido mayoría. En japón se ha entendido que para ser buenas esposas, que al final es la meta de cualquier mujer, no hacía falta que tuvieran una carrera. Es más, es bueno que no la tuvieran, claro. Afortunadamente la cosa se ha ido igualando y en 2020 las mujeres eran ya el 45% del alumnado universitario. Pero en las universidades más importantes, que tienen un papel central en la configuración de las élites políticas y económicas japonesas, se las siguen ingeniando para bloquear la entrada de mujeres. Por ejemplo en la Universidad de Tokio, la más prestigiosa del país, solo uno de cada cinco alumnos es una mujer.
Sobre la violencia machista en Japón cabe destacar lo difícil que resulta encontrar datos. El año pasado se publicaron estadísticas que volcaban que cada mes se denunciaban unos 12.000 casos de violencia machista. Sobre feminicidios, sí sabemos que entre 2015 y 2018 el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos habla específicamente de 241 mujeres asesinadas por pareja o familiares. Esta cifra hay que ponerla en contexto, hablamos de un país con 126 millones de habitantes pero una tasa de homicidios de las más bajas del mundo. Aun así, hay que tener en cuenta este dato: Japón es también uno de los pocos países del mundo en el que son asesinadas anualmente más mujeres que hombres. Es decir, Japón tiene una tasa de homicidios muy baja en comparación con otros países, pero si se mata a alguien, hay más probabilidades de que sea una mujer. Esto no pasa casi en ningún sitio.
Lo que sabemos a ciencia cierta es que el sistema no está dando una respuesta adecuada a la violencia machista. Ni en los tribunales ni a la hora misma de denunciar. Fijaos que para procesar una denuncia se pide a las mujeres que representen la agresión delante de varios policías, generalmente varones, que van tomando fotos y documentando esa recreación de la agresión. Este tipo de burradas están haciendo crecer en los últimos años el movimiento feminista japonés, con casos que han sido icónicos como el de la periodista Shiori Ito, que hace poco ganó un juicio por violación contra uno de sus jefes después de sortear mil y una trabas. Los fallos escandalosos de varios procesos judiciales en los que se ha puesto en duda a víctimas de violencia sexual por no resistirse, incluida una niña que había sido violada por su padre, impulsaron también en 2019 el Movimiento #FlowerDemo contra la violencia sexual.
En general, el movimiento feminista japonés se mueve mucho en redes pero tiene una presencia en la calle reducida. Hay varias iniciativas feministas más en marcha: el movimiento #KuToo contra la obligatoriedad de usar tacones en el trabajo o la pelea para que las mujeres puedan conservar su apellido después de casarse, porque ahora mismo es obligatorio que los dos cónyuges tengan el mismo apellido y por tradición siempre suele ser el de marido, faltaría más…
En Japón tampoco están reconocidas las uniones entre personas del mismo sexo, no pueden tampoco adoptar y concretamente en el caso de las parejas lesbianas se les prohíbe específicamente acceder a la fecundación in vitro.
Os dejaré bajo el reproductor del podcast en radiojaputa.com algunos links por si queréis ampliar. Os recomiendo especialmente la entrevista con la feminista japonesa Sachiko Ishikawa, que además está en español porque Sachiko vivió muchos años en Barcelona y habla nuestro idioma estupendamente.
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