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Hoy vamos a echar un vistazo a la situación de las mujeres en EEUU, compañeras. Muy por encima porque es complejísima y se ve afectada por la diversidad cultural, étnica, religiosa y también legal que hay en este país, con diferencias muy grandes por ejemplo entre unos estados y otros. Como sabéis, Estados Unidos es el centro del gran capitalismo y de las políticas neoliberales, un país muy rico pero que tiene la tercera tasa de pobreza más alta de la OCDE: casi un 18% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. Es un país súper desigual, en el que además hay muchas carencias a nivel de servicios sociales públicos, y lógicamente eso afecta muy negativamente a la situación de las mujeres, especialmente de las que tienen menos recursos.
En los últimos meses han salido publicadas varias noticias sobre el aumento de la brecha laboral en los EEUU por la pandemia. Algo que también ha pasado en España. Y eso que, justo antes de la pandemia, esa brecha ya era muy alta: de media, las estadounidenses ganan 80 céntimos por cada dólar que ganan los hombres. Una diferencia varios puntos superior a la media de la Unión Europea. Esa es la media, luego hay diferencias entre estados, ciudades, ocupaciones, etnias…
En general, la participación de las mujeres en el mercado laboral es alta, están bien representadas en puestos intermedios, pero en cuanto vamos a los puestos top vemos por ejemplo que en las juntas directivas de las empresas apenas son el 20%. ¿A qué se debe? A lo de siempre, amigas, porque en cuanto a cualificación, ellas ganan. Ya hace décadas que en las universidades norteamericanas se gradúan más mujeres que hombres.
Además, la maternidad y el hecho de que las mujeres acaban cargando con el peso del hogar y las criaturas lastra claramente sus perspectivas laborales. Como aquí, pensaréis. Pues sí, pero es que pensemos además que allí no hay baja de maternidad ni baja de paternidad remuneradas. En el país de las libertades, madres y pueden cogerse doce semanas por el nacimiento de una hija o un hijo, pero no ven un duro. Y eso si curran en empresas con más de 50 empleados, porque las que tienen menos no están obligadas a ceder ese tiempo.
Es verdad que hay estados y municipios que han implementado bajas remuneradas propias, pero en general no son muy generosas, ni tampoco muchas. Esto favorece el mantenimiento del sistema de desigualdad del que se parte. Como las mujeres cobran menos, si un miembro de la pareja tiene que dejar de trabajar para cuidar al niño suele ser ella. La eterna pescadilla que se muerde la cola. Y esto afecta con más fiereza cuanto menos recursos se tengan. Quienes tienen más recursos pueden contratan a cuidadoras, que por lo general son otras mujeres, en su mayoría migrantes y precarias.
Esto lo vemos exactamente igual en el mundo de la política. En el Congreso, las mujeres son 1 de cada 4. Actualmente, en el gobierno de Biden, que se vende como super feminista, hay 5 mujeres para 15 ministerios, además de Kamala Harris que ya sabéis que es la primera mujer vicepresidenta. Kamala, al tener raíces indias y jamaicanas cubre también con la cuota racial, es algo que han mirado mucho. Por eso también Biden ha metido a la primera ministra nativa de la historia del país desde que fuera colonizado, la Secretaria de Interior Deb Haaland. Es flipante porque encima se ponen medallitas por ese hecho. Un país asentado sobre vidas y culturas pisoteadas nativas, que anuncia a bombo y platillo que después de siglos, UNA nativa va a tener algo de poder. Estas desigualdades en el mercado laboral y el poder político hacen que en el Índice Global de Brecha de Género, EEUU solo alcanzase en 2020 el puesto 53.
Hablemos ahora de violencia machista. En 1994 se aprobó una ley para financiar la investigación y la persecución de la violencia contra las mujeres que permitió por ejemplo crear una Oficina sobre Violencia contra la Mujer. Luego han venido otras leyes a distintos niveles -estatal, municipal, etc.- dirigidas a combatir esta violencia, pero como siempre que hablamos de medidas gubernamentales, son muy insuficientes.
Se dan además situaciones tremendas: por ejemplo, la llamada política de zero tolerance por parte de los caseros, alentados por la policía, tolerancia cero a la delincuencia lo llaman, políticas que permiten desahuciar a familias enteras cuando solo uno de sus miembros es arrestado por cualquier delito. Esto no es solo un problema para sectores que sufren más detenciones, fundadas o infundadas, como la comunidad latina, sino también un problema para las mujeres víctimas de violencia machista, porque si denuncian y arrestan a su maltratador, ella también acaba en la calle. Por lo tanto, muchas mujeres no denuncian, o si denuncian, acaban sin hogar. Para colmo, los refugios para mujeres maltratadas solo acogen a las víctimas durante un mes. Así que al final, una de las causas del sinhogarismo femenino en los EEUU es precisamente haber sido víctima de violencia machista.
Algunos datos son escalofriantes. Según algunas encuestas cerca de un 20% de las norteamericanas han sido violadas y una de cada cuatro ha sufrido violencia por parte de su pareja. No es fácil acceder al número de feminicidios, pero casi con seguridad hay más de 2.000 cada año. Un estudio académico contabiliza que en 2018, 1.946 mujeres asesinadas por hombres en crímenes individuales -con una sola víctima y un único agresor-. Y eso que no incluye los datos de Florida ni de Alabama. Solo en Texas, que tiene 29 millones de habitantes, 20 millones menos que España, hubo 238 feminicidios.
No hay una buena contabilidad oficial de estos casos, y eso ha llevado a algunas feministas a poner en marcha el proyecto “Women Count Usa” para intentar recopilar los feminicidios acaecidos desde la década de 1950 y poner nombre a las asesinadas. A ningún gobierno parece haberle interesado nunca contabilizar a las asesinadas. Sería muy difícil de justificar semejantes cifras.
La violencia, como en casi todo, intersecciona con la opresión en base al sexo con otras opresiones como la clase o la etnia. Las mujeres migrantes, las afroamericanas y las nativas sufren más violencia. Estas últimas en concreto son las peor paradas, se calcula que la tasa de violencia sexual que sufren es más del doble de la media. Las mujeres indígenas han sufrido también de forma muy especial otros tipos de violencia, incluso dirigida por el Estado. Junto a las afroamericanas, fueron víctimas de los programas de planificación familiar de los años 70, que supusieron la esterilización forzada de miles de mujeres. Una burrada que no está claro si ha desaparecido del todo de EEUU: hace poco Amnistía Internacional denunciaba posibles casos de esterilizaciones de inmigrantes en centros de detención de Georgia.
Quiero hablaros también del aborto. En 1973, una decisión de la Corte Suprema legalizó el aborto en los EEUU en los tres primeros meses de embarazo. Eso sí, la aplicación del derecho al aborto varía mucho de unos estados a otros. Hay estados que piden más requisitos, por ejemplo algunos exigen el permiso de ambos padres si la embarazada es menor. Pero lo más grave es que los estados ultraconservadores están intentando presionar para que la Corte suprema revierta la legalización del aborto y lo penalice.
En 2019, Alabama, un estado súper religioso, aprobó una ley que prohíbe el aborto incluso en casos de violación y contempla penas de cárcel tremendas para los médicos que lo practiquen. Esa ley fue luego bloqueada por un tribunal federal, pero la realidad es que en Alabama y muchos otros estados la presión sobre quienes quieren abortar es enorme a nivel institucional y también social. Habréis visto imágenes de esos activistas antiabortistas que se colocan en las puertas de las clínicas para literalmente acosar a las mujeres que van a abortar. Curiosamente, algunos de esos estados tan contrarios al aborto no parecen tener mayores problemas con que se alquilen nuestros úteros.
Los mismos estados ultraconservadores ponen también muchas trabas a la comunidad LGTB. Solo desde 2003 es legal en todo el país practicar sexo entre personas del mismo sexo. Desde 2015 también lo es el matrimonio y la adopción para parejas homosexuales. En el momento en que esto se impuso a a nivel federal quedaban todavía estados que no lo aprobaban, que tenían por ejemplo leyes contra la sodomía a principios del siglo XXI y cosas del estilito. Y, en la práctica, en esos estados más conservadores a menudo las personas LGTB soportan muchas presiones sociales y discriminación.
Otros problemas graves son la prostitución y el tráfico sexual. A pesar de ser ilegal salvo en algunas partes de Nevada, EEUU es uno de los países ricos con más mujeres prostituidas, que son además uno de los colectivos que más violencia padece. Por otra parte, se calcula que el número de mujeres que son objeto de tráfico sexual podría ser de entre 15.000 y 50.000 cada año, gran parte de ellas nacidas en los EEUU, aunque también haya muchas sudamericanas y europeas del este.
Todo esto hunde sus raíces en una cultura que ha tendido a cosificar a las mujeres, a convertirlas en objeto sexual como reclamo publicitario, a minusvalorar como pocos la violencia machista, esa cultura rancia del club de striptease, etc. Precisamente como reacción a todo esto surgió en parte, en 2017, el movimiento #MeToo, que empezó denunciando acoso y agresiones sexuales en Hollywood y acabó extendiéndose a un montón de ámbitos. Porque esa es la otra cara de la moneda en EEUU, que el movimiento feminista allí fue pionero y vanguardista, tanto en el plano más teórico como a nivel de activismo. En cierto modo, desde EEUU muchas feministas han abierto un camino que luego ha alcanzado más éxitos en Europa que en su propio país, y es que en los EEUU las feministas tienen que enfrentarse a fuerzas reaccionarias muy potentes. Y a una población de casi 330 millones de personas.
Son estas fuerzas reaccionarias las que explican, al menos en parte, cosas como que se lleven décadas sin conseguir sacar adelante la Enmienda de Igualdad de Derechos para incluir expresamente la igualdad en la Constitución. O que los EEUU sea uno de los siete países del mundo, junto con Irán o Somalia, que no ha ratificado todavía la Convención de la ONU sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer. Es una dualidad que vemos continuamente: recientemente hemos visto cómo las mujeres han liderado en buena medida las movilizaciones contra Trump, pero al mismo tiempo en algunos sectores de la población femenina Trump era súper popular, de hecho, las mujeres blancas fueron decisivas para meter a Trump en la Casablanca.
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