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Historia del Feminismo en España VI: La Transición

*Historia del Feminismo en España VI: La Transición aparece en el podcast:

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Para las compañeras que nos escuchan desde otros países, os diré que en España se conoce como la Transición al paso que se dio cuando el dictador Francisco Franco, que gobernó este país durante 40 años tras un golpe de estado, murió tan tranquilo en su cama. Porque en España se nos murió el dictador de viejo, amigas, ni juzgado, ni condenado, ni de un tiro en la frente. De viejo.

A raíz de su muerte en 1975, se transicionó de la dictadura, a la democracia. Claro, en comparación con antes, cualquier cosa era democrática. Lo cierto es que aún hoy nos estamos comiendo lo que se decidió entonces para aquella transición: una familia real que no ha dejado de lucrarse, con un rey por supuesto elegido por Franco y una bandera con los mismos colores que el mismo Franco impuso tras el golpe, entre miles de cosas de no nos da tiempo a enumerar ni en una temporada entera.

El relato oficial de la transición borra de la foto a la lucha feminista. Como si no hubiera estado. Incluso la transición contada desde la izquierda nos suele invisibilizar. Quizá porque gran parte del feminismo de entonces prefería un modelo de democratización radical, con la famosa “ruptura”, y no la vía reformista y de mínimos que acabó siendo.

La conquista de nuestros derechos y el papel en la sociedad de las mujeres que se impulsó en este periodo se narra oficialmente, amigas, como una consecuencia lógica de la democratización. En plan: nada, que un hombre se murió, otro montón de hombres se reunieron, decidieron cosas, vino un rey, hombre, y como consecuencia lógica, la situación de las mujeres mejoró… La realidad es otra, obviamente.

Lo que sucedió es que las pequeñas organizaciones feministas clandestinas salieron del armario y empezaron a multiplicarse. Aparecieron grupos feministas en todos los ámbitos: universidades, movimientos vecinales, en las empresas, etc.

A todas estas feministas se les plantearon tres retos enormes:

  1. Conseguir que se reconocieran legalmente los derechos de las mujeres. 
  2. Cambiar los valores y la cultura de una sociedad muy patriarcal, donde la mayoría de las mujeres estaban aún alienadas por los 40 años de adoctrinamiento franquista.
  3. Empezar a producir teoría feminista porque estábamos, obviamente, en pañales.

El movimiento feminista era plural: estaban las feministas socialistas, que ponían el acento de la opresión en el capitalismo y las feministas radicales, que ponían el foco en el patriarcado y en la opresión sexual. La influencia del marxismo era obvia en la mayoría de las corrientes, (Marx vive, la lucha sigue) y al final se fueron generando interpretaciones híbridas de la opresión, que tenían en cuenta tanto la influencia del capitalismo como la del patriarcado.

Un debate teórico que tuvo mucha importancia fue el que enfrentó al llamado “Feminismo de la Diferencia” con el “Feminismo de la Igualdad”. El feminismo de la diferencia defendía que las mujeres tenemos características específicas que había que poner en valor. Y el feminismo de la igualdad creía, por el contrario, que eso de hablar de rasgos inherentes a las mujeres solo ayudaba a fomentar la mística de lo femenino, muy poco conveniente para poder llamarnos iguales.

El feminismo de la igualdad acabó siendo el mayoritario, y en él andaban feministas que todas tenemos muy presentes, como Celia Amorós o Amelia Valcárcel. Hay que reconocer que en aquellos primeros momentos, el feminismo de la diferencia fue útil, porque permitió hacer una lectura en positivo de lo femenino y ayudó a las mujeres a recuperar la autoestima que la dictadura les había arrancado. 

El núcleo duro del movimiento no era muy grande, unas decenas de asociaciones, que se agruparon en una Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas, y unas cuantos miles de militantes. Pero hay muchas formas de cambiar un país sin que la mayoría de sus habitantes estén de acuerdo de primeras, que se lo digan a Franco. Las feministas no eran muchas, pero eran una minoría tremendamente activas, valientes y completamente decididas a cambiar las vidas de sus compañeras, alienadas o no. Y no dando un golpe de estado, sino argumentando hasta desfallecer.

Lanzaron una ofensiva en las calles, en partidos de izquierda, en los medios de comunicación, y a través de medios propios como la revista Vindicación Feminista, fundada por Lidia Falcón y Carmen Alcalde. Sabían lo que hacían, creían en lo que decían y pisaban fuerte porque eran conscientes de llevar razón. 

En 1976 fueron muy sonadas las manifestaciones feministas frente a varias cárceles pidiendo la amnistía para las 350 mujeres presas por cometer adulterio, abortar o prostituirse. También la movilización de la Asociación Democrática de Mujeres Aragonesas a raíz de un juicio en el que se pedían cinco años de cárcel a una mujer zaragozana por adulterio. 

Estos movimientos y la presión de las feministas que militaban en el Partido Comunista y en el PSOE, permitieron que en 1978 se despenalizaran el adulterio y la venta y uso de anticonceptivos, y además, que se pusieran en marcha los Centros de Planificación Familiar que hoy aún disfrutamos.

El feminismo también fue muy activo en el debate constitucional e intentó que la Constitución incluyera artículos que abrieran la puerta a la igualdad entre los sexos. Pero aunque la Constitución reconoció la igualdad, su ambigüedad defraudó mucho a las compañeras, que la vieron como lo que es, un texto insuficiente.

Las dos grandes batallas en las que el feminismo luchó durante la transición fueron el divorcio y el aborto, especialmente difíciles de alcanzar, con la Iglesia y la derecha enfrente intentando ridiculizar y demonizar a las feministas. Tenemos que pensar que entonces eran muchas las mujeres que se sentían identificadas con el modelo franquista de mujer y veían en el feminismo un ataque a su identidad. Como les pasa ahora a las políticas y votantes de Vox. Esta gente es que siempre va 50 años por detrás.

Muchas veces las campañas feministas, que solían ser directas y sin paños calientes, con eslóganes como el “Yo también soy adúltera” o el “Yo también he abortado”, escandalizaban sobre todo a estas otras mujeres no concienciadas. Intentar que algunas abrieran la mente exigió mucha pedagogía para que se sacudieran el aprendizaje franquista y patriarcal que las quería anuladas.

La semana pasada os hablamos del aborto. Y sobre el divorcio, diremos que aprobarlo fue muy complicado. El papel de feministas como Ana María Pérez del Campo fue fundamental, aunque también hubo acciones muy efectivas y valientes de la lucha feminista, como el encadenamiento de un grupo de compañeras a las ventanas de los Tribunales Eclesiásticos en 1979. En 1981, consiguieron que se legalizara el divorcio.

Aunque el feminismo español estuvo bastante unido en estas batallas, internamente había muchas fricciones. En 1979, en la II Jornada Estatal de la Mujer que se celebraron en Granada, se materializó una fractura entre las compañeras que querían una lucha feminista independiente y radical, y las que preferían la “doble militancia”, es decir, estar al mismo tiempo en las asociaciones feministas y en los partidos políticos obreros tradicionales. 

Estas divisiones y la entrada de muchas feministas en partidos políticos contribuyó a que el feminismo fuera desmovilizándose y perdiendo fuerza y presencia pública. Se consiguieron muchas cosas, pero otros objetivos, como por ejemplo impulsar la lucha a gran escala contra la violencia machista, se quedaron en el cajón durante mucho tiempo.

Ilustraciones > Canina Walls

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