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Historia del aborto en España

*Historia del aborto en España aparece en el podcast:

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Voy a empezar aclarando que el aborto se practicaba ya en las civilizaciones más antiguas, para controlar la natalidad y no traer al mundo otra boca más que alimentar donde no había alimentos suficientes, para proteger el honor de las mujeres o la salud de las madres… En fin, por muchos motivos. Los métodos utilizados eran variados: desde la compresión del abdomen hasta métodos quirúrgicos, pasando por practicar sangrías o ingerir determinadas plantas. No siempre eran efectivos, claro, y muchas veces suponían la muerte de las embarazadas.  

Moral y legalmente, la consideración del aborto ha variado mucho de unos lugares a otros y de unas épocas a otras. En el Occidente cristiano se persiguió y castigó el aborto, pero es importante saber que la doctrina de la Iglesia sobre este tema ha sido contradictoria hasta hace poco. 

Hasta la segunda mitad del siglo XIX, la Iglesia no aseguró que un feto tenía alma desde la fecundación y que el aborto voluntario era un asesinato. Antes hubo muchas voces dentro de la Iglesia que defendieron que un feto no tenía alma durante las primeras semanas. Algunos autores decían, por cierto, que en los fetos varones el alma se desarrollaba antes. La Iglesia como siempre, haciendo la ciencia.

Esa distinción aparecía en muchas leyes medievales inspiradas en el catolicismo, como las Siete Partidas de Alfonso X, que fueron súper influyentes durante siglos y contemplaban penas diferentes para la mujer en función de si el feto había llegado al grado de desarrollo en el que ellos le atribuían alma. La diferencia era sustancial: en un caso abortar podía suponer un destierro cinco años, y en el otro la pena de muerte de la mujer.  La de motivos que encuentran los hombres para matarnos es asombrosa.

El Código Penal español de 1822 es interesante porque, más allá de establecer penas duras de cárcel por abortar o ayudar a hacerlo, contemplaba la posibilidad de rebajar el castigo en función de la  “buena fama” de la mujer y si los jueces creían que había abortado para “encubrir su fragilidad”. Eso de la “buena fama” abría la puerta a condenas diferentes en función de la clase a la que pertenecieras, obviamente. Y ni siquiera era por ellas, sino por los familiares varones bien situados de dichas mujeres. Sabemos que en la opresión no solo cuenta el sexo, la clase social también pesa, y en el tema del aborto es muy claro. Lo de la “fragilidad”, la idea de rebajar la pena si se abortaba para salvaguardar la honra, iba a ser un clásico también en códigos penales posteriores.

La situación de penalización del aborto solo cambió momentáneamente en la Cataluña republicana a principios de 1937, en plena guerra civil. Allí una ley legalizó el aborto en las doce primeras semanas de gestación, reconociéndose motivos muy variados para abortar, como la salud física y mental de la embarazada o sencillamente la voluntad de no ser madre. Era quizá la ley más avanzada del mundo en ese momento.

Luego llegó Franco y ya sabéis. El aborto volvió a estar penado con la cárcel y, además, con la inhabilitación en el caso de los médicos o matronas que lo facilitasen. Detrás de la legislación franquista estaba el catolicismo más misógino y la voluntad de estimular la natalidad y de asentar ese modelo de mujer que nos reducía al papel de madres.

Pese a la dureza de las penas y a los riesgos que tenía abortar clandestinamente, a menudo en sitios mal acondicionados, o usando métodos autolesivos, muchas mujeres siguieron haciéndolo. Hasta 100.000 aborto al año en la posguerra según algunas estimaciones. Las presiones sobre las madres solteras, y sobre las mujeres adúlteras, eran tan bestias, que se corrían esos riesgos para no ser tachadas de putas y evitar el ostracismo social. Sobre todo, claro, las más humildes. Porque si había recursos se podía viajar al extranjero a abortar o incluso hacerlo en hospitales españoles sin que quedara registrado.

Al final de la dictadura, salir a abortar fuera se fue haciendo más frecuente. Sobre todo a Londres. A través de ginecólogos que luego cobraban la correspondiente comisión, o gracias a redes feministas clandestinas, estos viajes se podían llevar medio organizados desde España. Esa situación continuó en la transición. En 1977 fueron a abortar a Londres 10.000 españolas, pero se calcula que entonces había unos 300.000 abortos al año, o sea, que la mayoría seguían abortando clandestinamente en España. Hacerlo en Londres podía salir por unas 30 o 40.000 pesetas de la época, y eso era una pasta que solo podían asumir una minoría.

Por esa época, el feminismo ya estaba en pie de guerra luchando por legalizar el aborto. El juicio en 1979 de las “11 de Basauri”, unas mujeres vascas procesadas por abortar, movilizó mucho a las feministas, y de forma parecida a lo que había pasado en Francia poco antes, se llegó por ejemplo a publicar un documento en el que más de mil mujeres se autoinculparon de abortar para presionar por la amnistía de todas las procesadas por este tema.

Aun así, hasta 1985, con Felipe González, no se despenalizó el aborto. Y solo en tres supuestos: violación, malformación del feto y puesta en peligro de la salud de la madre. Este último supuesto se aplicó de forma bastante abierta, pero la ley no era realmente una legalización del aborto. De hecho, siguió habiendo denuncias y juicios por abortar, promovidos la mayoría por asociaciones ultracatólicas, pero a veces también por ex parejas celosas, por ejemplo.

Tuvimos que esperar hasta hace nada, hasta 2010, para tener una ley que de verdad garantizase el aborto libre. Y solo tres años después, Gallardón intentó cargársela. Por suerte sin éxito. Así que haríamos bien en estar vigilantes, porque ya vemos lo que pasa por ejemplo en Polonia y sabemos lo que pretende aquí la ultraderecha. Y como veis, el camino ha sido largo y jodido, primas. Ni un paso atrás. 

Ilustraciones > Canina Walls

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