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Ana (2015)

Ilustración de @_Javitxuela

«La seguridad es un unicornio al que todos esperan con la lazada preparada, ondulando en el aire, para lanzarla en cuanto crean estar viéndolo. La seguridad es un animal mitológico al que todos quieren domesticar. Sólo existe en tu imaginación».

Ella escuchaba a su compañera de trabajo con el ceño fruncido pero sin verla porque solo podía verse a sí misma en el reflejo de sus gafas de sol. Tenía la capacidad de hacerla reflexionar, aunque a veces sus metáforas y sus símiles eran retorcidos y demasiado floridos para su gusto. Desayunaba cada día con ella, le encantaban salir de la oficina y gastar esos 30 minutos al sol en la terraza del bar de siempre.

“La seguridad sólo existe en tu imaginación”. Se vio a sí misma en ese instante, en el reflejo de aquellas gafas y, en otros momentos, en otros espejos. Se vio a sí misma tomando decisiones, una tras otra, orientadas siempre a conseguir un ápice de estabilidad, algo donde agarrarse en firme, tejiendo historias durante años, relaciones, actitudes, entramados de seguro y equilibrio. Se vio a sí misma en el pasado, montada en un potro salvaje, aterrorizada, blandiendo una cuerda y agitándola en el aire, oteando el horizonte como podía, buscando el unicornio al que echar la lazada.

Mierda, se había metido de lleno de nuevo en una de las metáforas de aquella mística que tenía por compañera. Pero sí, creía haber encontrado el unicornio: tenía una casa pequeña e incómoda, pero era suya. Bueno, técnicamente del banco, pero de nadie más que del banco y de ella. Y eso la hacía dormir mejor. Aunque a veces le quitaba el sueño alguna derrama de la comunidad. Y bueno, quizás a veces soñaba con irse a trabajar como voluntaria a Camboya, a una escuela, a una ONG… Pero era normal, ¿verdad? Querer huir era normal. A quién no le pasa a veces. Muchas veces.

Tenía también a Elías, -pensó mientras le daba un sorbo a su café- que parecía quererla, la dejaba hacer y deshacer, a veces incluso le preparaba el desayuno y de vez en cuando hasta la hacía reír. Ya era más de lo que veía a su alrededor; más de lo que tenían sus amigas conocidas. No tenía motivos para quejarse. Quejarse sería injusto y cruel. Era un buen hombre y la soportaba, ¿quién iba a soportarla si no él? Nadie. Que ella tenía muchos defectos. Bueno, él también, la verdad. Pero ella más, eso seguro. Puede que a veces pensara en esa otra persona, quizás soñara con ella, sí. A lo mejor la veía a veces por la calle y luego nunca era ella. ‘A veces’ puede que significara ‘todos los días de su vida desde el último día que se vieron’. Aquel día que aún duele pero que ya no sangra. Pero las cosas tenían que ser así. Esa persona no aguantaría todo lo que tiene ella que aguantar, pues menuda era. La quería, eso sí, mucho y muy bien, eso seguro, pero aguantarla, ¡ja!, eso habría que verlo. Pero bueno, ¿qué más daba ya? Seguro que ya no pensaba en ella. Además, alguna vez Elías y ella se habían peleado y, las pocas veces en estos diez años que creía perderle, se sentía morir. Eso era amor, ¿no? Parecía miedo, pero es que el amor y el miedo a veces son inseparables.

Ella estaba mejor así, con su vida a medio gas, ni me muero de amor ni te odio, una cosa vivible, estable, sin mucho susto. Que ella ya tenía una edad. Seguridad. Estabilidad. Unicornio. Lazada. Había tenido una niña. Una niña preciosa aunque puede que un poco malcriada, pero la quería mucho, que es lo importante. Había días que no, que la atormentaban sus berrinches, días en los que dudaba en secreto si ser madre había sido una buena idea. Fíjate si tenía ella que aguantar que a veces se preguntaba si traer a su hija al mundo había sido buena idea, ¿aguantaría eso esa persona cuyo nombre le dolía recordar? Seguro que se le vendría el mundo abajo, que la dejaría si supiera lo mala madre que a veces es. Incluso había días en los que echaba de menos dormir en mitad del día solo porque sí, salir y entrar sin programarse turnos con nadie, noches en las que le gustaría salir a cenar con sus amigas y beberse una botella de vino y perder un poquito el control de todo, tardes en las que fantaseaba con su vida de no-madre, de no-esposa, sus paseos, lo aleatorio de su ocio, de su tiempo, de su vida.

¿Qué madre mira a su hija y añora irse a Camboya a cuidar a otros niñas? ¿Qué tipo de persona le dice a su pareja “te quiero” mientras acaba la frase en su mente con un “creo”?

Volvió en sí. A su reflejo en las gafas de su compi. Vio su propia imagen cónica, su pelo despeinado como siempre. En el reflejo no se veían sus patas de gallo, parecía más joven así. Su compañera seguía hablándole.

-Al final, te buscas una vida estable para dormir tranquila por las noches, y un día tu marido te deja o pierdes ese trabajo asquerosamente fijo que te destrozaba los nervios y ¿qué haces con todo el tiempo invertido en ellos que no dedicaste a lo que de verdad querías? Comértelo con patatas, Ana, comértelo con patatas.

Ella no dijo nada. Meneó la cabeza suavemente, como la que intenta sin darse cuenta sacudirse las ideas y los ideales. Dio el último sorbo a su café, cerró los ojos y dejó que el sol de la mañana le masajeara el cuello. Cómo le dolía a veces por culpa de ese ordenador y de esa silla de la oficina. Respiró hondo. El sol le daba paz. Abrió los ojos lentamente y vio una figura que corría por la acera de enfrente. La luz de la mañana se le había metido a traición en sus pupilas contraídas por el instante a oscuras, pero vio claramente a una mujer alta, morena, con un chándal verde oscuro como el que se ponía ella para salir a correr. El corazón le dio un vuelco como siempre que la veía… que creía verla, más bien.

La mujer corría con calma pero hacia ellos. Conforme se iba acercando, Ana iba conteniendo más el aliento. Comprobó con una mezcla imposible de alivio y pena que aquella chica tenía menos años y más centímetros que quien quería ver. No era ella. Nunca era ella. Maldiciéndose una vez más porque el corazón le iba a mil revoluciones, susurró sin entusiasmo «¿Pagamos? Ya son y media».

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Ilustraciones > Canina Walls

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